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Principios y fines

La dictadura de los Castro ha sido anfitriona de un encuentro clave entre el presidente de la República y el mandatario chileno y su sucesora.

Publicado: 2014-02-02

Si el mundo se rigiera por principios hace mucho que todos estaríamos muertos. Porque como no todos tenemos los mismos principios, es decir, no todos compartimos la misma visión de la vida y el mundo, hacer de la vida una “cuestión del principios” o de los que rigen el mundo una “cuestión de Estado” nos llevaría a la guerra contra aquellos cuyos principios no son los nuestros. Pues de eso se tratan los principios y de llevar una vida acorde con ellos. Los principios no admiten más que una sola verdad: la suya. Su naturaleza es excluir y prevalecer a costa de todo y todos.

Es obvio así que las relaciones internacionales y la política exterior no pueden configurarse con base a los principios que los Estados puedan darse en un momento determinado, salvo que la guerra y no la paz sea el horizonte de tales principios. Como la humanidad es por lo general sensata y sólo unos cuantos desadaptados y fanáticos buscan el triunfo de sus principios en un ajuste de cuentas universal, la convivencia pacífica es la regla general que rige los asuntos del mundo.

Por eso es que resulta absolutamente fuera de lugar hacer de las ideologías o de sus sucedáneos políticos domésticos el faro de las relaciones internacionales. Así, el hecho de criticar algunos políticos y periodistas, con auténtica indignación, la visita del Jefe del Estado a una cumbre de países regionales con sede este año en Cuba, país totalitario y comunista, no tiene más sentido que el que las democracias les otorgan a sus pueblos: la libertad de decir cualquier cosa. Y es en ese sentido que el Estado y su política exterior deben tomar las críticas. Todos tienen derecho a decir cualquier cosa. De ahí a que “cualquier cosa” se convierta en política de Estado con miras al exterior hay un trecho que, esperamos, nunca se pueda cruzar.

Pues resulta que en ese país comunista donde se violan constantemente los derechos humanos y que ningún demócrata discute, el Perú ha tenido la oportunidad de hacer conocer a todos los países de América del Sur y del Caribe, representados por sus jefes de Estado y de Gobierno, su posición respecto al fallo de La Haya. Es decir, el presidente, al que algunos le exigen un sanbenito explícito contra la satrapía cubana, ha tenido el mejor de los foros disponibles para hacer lobby político internacional a favor del cumplimiento y la implementación de un fallo que en términos cuantitativos favorece al Perú con casi 22,000 Km2 de mar que antes no tenía. Y todo esto sucedía un día después de emitido el fallo.

Es más. La dictadura de los Castro ha sido anfitriona de un encuentro clave entre el presidente de la República y el mandatario chileno y su sucesora. Clave porque un día después de que el mapa marítimo cambiara a favor del Perú, Sebastián Piñera y Michelle Bachelet han tenido que comprometerse explícitamente, ante la atenta mirada de los líderes regionales de América del Sur y el Caribe, a cumplir el fallo a la brevedad, en forma gradual y de buena fe. Brevedad y buena fe que un día antes, por sus propias declaraciones, estaban en entredicho.

Así pues, lo concreto es que para el Perú no ha podido haber mejor foro que el brindado coyunturalmente por la dictadura cubana. Si nuestros principios ideológicos democráticos y liberales hubiesen primado sobre nuestros fines nacionales es obvio para cualquiera con un poco de honestidad intelectual que se habrían perjudicado los intereses del Perú.

Y lo cierto es que antes que los Castro está el Perú.


Escrito por

Ricardo Vasquez Kunze

Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. No tiene maestrías porque hoy todo el mundo las tiene. Tampoco doctorados.


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