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Maléfico

Well, well, well. Nunca me invitaron a la fiesta y tampoco preguntaron mi opinión. Ni se molestaron en tocar a mi puerta y, además, rajaron de mis pobres perros. Así que, bueno, aquí estoy.

Publicado: 2014-06-29

Yo convalecía de un desarreglo estomacal que me mantuvo postrado toda la semana. Y descubrí un lunes por la noche que ese no era el peor de mis pesares. El alcalde estaba en campaña y había elegido el parque de al lado para una “junta vecinal”. La luz entraba por mi ventana como una mañana del peor de los veranos. En algún sitio del parque habían colocado unos reflectores tan potentes como los que usaba el comisionado Fierro para llamar a Batman. Aunque no era Batman al que anunciaba la luz enceguecedora: era Roberto Gómez Baca, alcalde de Surco. Con fanfarrias y un grupete de vecinos empezó la sesión.

Temí lo peor. Y a pesar de que para mí lo peor son las “mejoras” de los alcaldes, estaba enfermo y pensé ingenuamente que ya se iría con su bullaranga y sus reflectores a otro lado. Ocurrió lo primero, pero los reflectores quedaron para no irse jamás. ¿Qué puede haber en la cabeza de quien pretende proscribir la noche de la escena contemporánea? No, no hablamos aquí de “la boca del lobo”. Hablamos de la belleza natural de una noche salpicada de luces que, imitando a la luna, no ofende el sentido común. Así era nuestro parque Pampa de la Quinua, en Los Rosales, Surco, con luminarias suficientes para que la noche siguiera siendo noche y la oscuridad, una estética invitación al ensueño y al descanso.

Pero no. Los vecinos querían reflectores y el alcalde, votos. Y ahora el parque se asemeja a una feria luminotécnica. Veo a las hormigas huir despavoridas por una incandescencia que no alcanzan a entender, las pobres, y veo el cuento de siempre: la “seguridad”. Para las mentes primarias dormir con las luces prendidas las salvarán de los cucos, inventados por sus cabezas de calabaza pues el parque, huelga decirlo, es un parque sin problemas. Si de ocasionarlos se trata, para eso están los “vecinos”.

Porque no les bastaba hacer del parque una sucursal del sol en la Tierra: había que pedir un ojo. Sí, una cámara. ¿Pero a quién más que a ellos mismos estaría dirigida la indiscreción de esa cámara? A ellos que, tras las cortinas, atisban y se solazan con la vida ajena.

Ya he contado hasta CUATRO serenos de Surco dando vueltas en nuestro parque haciendo… nada. ¡Porque no pasa absolutamente nada! ¿Para qué entonces las cámaras que, solícito, el alcalde Gómez Baca se apuró en ofrecer antes del 5 de octubre? ¿Acaso los serenos del parque desaparecerán con la última campanada de la fiesta electoral?

No quiero ojos mirándome en la nuca ni al “Gran Hermano” vigilándome mientras los domingos salgo a leer mi periódico porque a unos cuantos vecinos histéricos se les ha ocurrido hacerse prisioneros de sus propias paranoias. Esto no es el comunismo ni el parque, el patio trasero de un establecimiento penitenciario con reflectores y ojos por doquier, señor Gómez Baca.

Y la cereza: mis perros. Resulta que el parque ya no es para perros, sino solo para niños (a los que les “asustan” los perros), mamitas, papitos y abuelitos como si niños, mamitas, papitos y abuelitos no hubiesen convivido durante miles de años con los perros. Hoy, igual que les temen a sus propias sombras, los vecinitos han provocado el fin de la superioridad del hombre en la Tierra: tenerle pánico al animal doméstico más cercano y parásito del hombre es para desaparecer en la ignominia.

Y no seré yo el que deje de salir con mis perros al parque para que corran libres y felices como su amo.

¿Que le arruinaré la fiesta a alguien? ¡Qué pena! Los “malvados” de cuentos de hadas también tenemos derecho a la libertad de expresión


Escrito por

Ricardo Vasquez Kunze

Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. No tiene maestrías porque hoy todo el mundo las tiene. Tampoco doctorados.


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