Hoy votan en Lima casi seis millones de habitantes, es decir, el 31.21% de todos los electores residentes en el territorio peruano según el Reniec. Es evidente que, por su peso electoral, las victorias y las derrotas que se produzcan aquí son de capital importancia para cualquier expectativa política nacional de cara a las elecciones generales del 2016. Para algunos, sin embargo, las victorias son relativas mientras que para otros cualquier derrota es un desastre.

Ganar Lima es una victoria, sin duda. Pero ya no lo es tanto cuando esta deja de ser una novedad que se pueda convertir en gran noticia. Peor aun cuando la noticia y la novedad se han concentrado en el segundo puesto, con lo cual se relega el primero a una suerte de anécdota, porque ha dejado de interesar a la opinión pública.

Es el caso de Luis Castañeda Lossio. Durante toda la campaña municipal, el candidato de Solidaridad Nacional ha encabezado sostenidamente, y de lejos, los sondeos electorales. En el cálculo de las probabilidades y teniendo en cuenta la última información publicable de hace una semana, el eventual triunfo de Castañeda hoy no sería ninguna novedad.

Por ello, más allá de la Alcaldía, ni Castañeda ni su partido generan expectativa política alguna para ocupar espacios electorales fuera de los linderos de la capital. En simple: la gente ve a Castañeda como alcalde de Lima y nada más. Un alcalde que no genera muchas ilusiones, habría que agregar. Que “regresen las obras” sin saber cuáles serán dice mucho de la apatía que pueda producir una futura gestión del ex alcalde de Lima.

Por el contrario, la peor derrota de Castañeda ha sido que lo identifiquen popularmente en esta campaña como “el que roba, pero hace obra”. De ser elegido, hoy encabezará su tercera gestión con un pasivo político y moral que no tuvo en las dos anteriores. Y empezar así nunca es una victoria.

En el segundo lugar está puesta toda la expectativa y la emoción de esta campaña municipal. Para Susana Villarán, que hasta hace una semana todavía se encontraba en esa posición, perder Lima siempre será una derrota política importante. Más aún si es una reelección la derrotada. Para ella, entonces, el segundo lugar no significa nada si, además, la pérdida es por mayoría apabullante. Así, no tiene ningún asidero en el análisis político la interpretación según la cual un segundo puesto de Villarán en Lima era el trampolín para una candidatura presidencial de una izquierda que ni siquiera figura en la cédula de sufragio.

Otro es el cantar si el segundo puesto va para Enrique Cornejo, cuya candidatura, luego del debate del domingo pasado, ha estado en boca de todos (positivamente, cabe aclarar). Para Cornejo, que empezó con 1%, terminar segundo con el porcentaje que sea es una victoria política de polendas. Primero, personal, pues ha corrido solo y sin mucho compromiso de su dirigencia partidaria. Pero, sin duda, también para el Apra, que, sin esperarlo nunca, podría hoy ser la segunda fuerza política en la capital de la República. Un hecho que obviamente sabrá capitalizar quien postule a la Presidencia el 2016. De tal manera que, si García no trabajó para Cornejo, Cornejo sí trabajó para García.

Del tercer puesto para abajo todas son derrotas. Pero ninguna más alucinante que la del PPC. Su única plaza fuerte se hizo humo. Ni Villarán lo pudo hacer peor.