Las buenas noticias vienen de Moscú y las trae Ollanta Humala. El presidente del Perú, en la primera visita oficial de un jefe del Estado al Kremlin, ha sostenido una reunión con Vladimir Putin en la que se habría tratado la posibilidad de que Rusia colabore con nuestro país en la construcción de centrales para la generación de energía nuclear. Tal hecho, de concretarse, valdría por todo lo poco que ha realizado Ollanta Humala en su presidencia.

Hay que tener bien claro, ya que estamos hablando de Rusia, lo que afirmaba el último zar, Nicolás II, cuando lo venían a alarmar con la salud de la economía y lo importante que era esta para el poderío de las naciones: “Un imperio es mucho más que cifras y curvas”. Tenía razón. Rusia tuvo que padecer casi 70 años de comunismo en que se pauperizó su economía, pero mantuvo su imperio incluso a costa de una guerra mundial para, luego, consolidarlo con la bomba atómica. Tras la caída política del comunismo, Rusia siguió con una economía subdesarrollada, pero con su poder nuclear intacto, lo que dice claramente qué es lo que hace y no hace a una gran potencia.

Hoy, luego de 20 años de perfil bajo en la escena internacional, Rusia está de vuelta. Sucedió exactamente igual cuando tuvo que eclipsarse tras la revolución bolchevique que derribó a Nicolás II y retirarse ignominiosamente de la Primera Guerra Mundial, con lo cual desapareció del concierto de las grandes naciones. Cuando Rusia regresó en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, cortejada por todos los que la habían rechazado, lo hizo para ganarla en alianza con los Estados Unidos y la Gran Bretaña, y se convirtió, en el periodo de posguerra, en una de las dos únicas superpotencias mundiales, cuyo sitial busca hoy recuperar.

En ese afán y ante la evidente debilidad política de los Estados Unidos y de Europa en el mundo y el auge meteórico de China, Rusia juega sus cartas. Son simples. Busca la mayor cantidad de alianzas posibles en los cinco continentes. No son ideológicas, como las de la URSS. Tampoco económicas ni comerciales, pues el atraso de Rusia allí es evidente y es claro su rechazo a una globalización en la que nunca tendrá la sartén por el mango.

Rusia busca alianzas políticamente flexibles que se basan en la cooperación tecnológica y nuclear, que es lo que puede ofrecer y que es difícil de rechazar en un mundo inestable donde el derecho internacional hace agua, la ONU no sirve para nada y cada cual debe bailar con su propio pañuelo. Así pues, desarrollar más que la economía se convierte en una garantía de supervivencia o consolidación política internacional, según sea el caso, para Estados medianos o pequeños en el contexto mundial en curso.

De este modo, Rusia socava el poder de sus grandes rivales internacionales ayudando a construir pequeños poderes locales bajo el paraguas de la verdadera independencia que da la seguridad del átomo y las tecnologías espaciales y satelitales, que es lo que ofrece al Perú y a tutilimundi.

Ni tontos que fuéramos en no cooperar políticamente con Rusia para asentar en el Perú una industria nuclear y aeroespacial hoy inexistente. Dejémonos de tonterías. Para “construir una posición de poder en el mundo”, que es el primer deber de los Estados, la economía no basta y la comida peruana no sirve. Saquemos todo el provecho posible de los rusos. Finalmente, a más de 12 mil kilómetros de distancia, el amor entre Lima y Moscú siempre será de lejos. Y para el Perú esa es la mejor noticia del mundo.